MOONWALKER

Por , 26 junio 2009 19:14

angeles

Esta noche, estando con la gente de la Escuela de Idiomas tomando una copa de cierre de curso, Manolo se empeñó en que el DJ cambiara el típico canal de videos musicales que suelen poner en los LCD, para ver en el Canal+ la elección del Draft de la NBA y conocer dónde va a estar Ricky Rubio el año que viene (al final nº5 y a Minnesotta, con lo que todo parece que se va quedar en Europa, al menos de momento).  Pues bien, en lo que encontraba el canal, pasó un momento por la CNN americana y vimos con incredulidad (y entendimos, con más incredulidad aún, lo digo por nuestro nivel de inglés…) que Michael Jackson había muerto. Lo cierto es que el tema me dejó tocado y más aún lo estoy desde esta mañana cuando me he despertado con la noticia de la muerte, también, de Farrah Fawcett.   

Dos iconos de mi infancia y adolescencia han muerto, prematuramente, en el mismo día.  Recuerdo perfectamente cómo jugábamos de pequeños, niños y niñas juntos en la época que Bibiana Aido aún llevaba pañales, a Los Angeles de Charlie, recuerdo el glamur y la frescura que, aun muchos años después y asumiendo la diferencia estilos y de medios con la actualidad, desprendía la serie, recuerdo el programa de fin de año de 1983, cuando aún se hacía en directo (y no era el esperpento grabado que se hace ahora en todos los canales), el estreno del vídeo de Thriller (un cortometraje de terror, humor negro y música dirigido por el cineasta  John Landis), recuerdo y he vuelto a ver hoy tropecientas veces (otras tantas las vería con la emoción de entonces) su interpretación de Billie Jean en el programa de TV de la Gala commemorativa de los 25 años de fundación de la Motown, unos meses después a la vuelta de una convalecencia por las quemaduras que sufrió en el incendio que se produjo en escena en un concierto y donde el público lleno de artistas y músicos, compañeros suyos, se pusieron todos en pie, algunos entre lágrimas, aplaudiendo  su genio en el escenario; para mí, el momento cumbre de su carrera.

Me da coraje que muchos que se criaron con esta serie o empezaron a vivir su adolescencia con este músico después renegaran de ellos porque «eran ochenteros» y no estaban ya de moda.  Yo sigo llevando una versión en CD del Thriller en mi coche (por supuesto aún conservo el vinilo), para mí un disco increible y que tiene 10 temazos de 10.  Pero lo que nadie puede negar es que flipamos cada vez que le vimos hacer el Moonwalk o inclinarse 45º sin caerse bailando Smooth Criminal (en lo que parecía un truco de cámara y luego se desveló como un sistema que él mismo ideó de «zapatos mágicos» denominado Methods and Means for Creating Anti Gravity Illusion) .

Yo era más de Kelly Garrett (Jaclyn Smith), pero no dejo de reconocer que me quedaba con las tres actrices de la serie:  Farrah Fawcett (en la serie Jill Munroe) quien completaba el trio protagonista junto con Kate Jackson (Sabrina Duncan en la ficción) era algo más que un sex simbol y muy pocos conocen que obtuvo varias nominaciones a los premios Emmy y los Globos de Oro de televisión por diversas interpretaciones.  Al final de su vida ha luchado lo indecible, sin éxito, contra la enfermedad.

Independientemente de la superficialidad o contradicciones de sus vidas, sus lados oscuros (algunos oscurísimos) entiendo que sus obras han dejado huella en nuestra cultura y en nuestras vidas.  En la mía, ya nada les quitará su hueco.

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TESSA

Por , 23 junio 2009 10:57

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Hace unos días escuchaba por la radio al doctor Joan Massagué (Premio Príncipe de Asturias 2004) hablando, prudentemente, sobre los avances de sus investigaciones sobre la metástasis del cáncer.  El médico catalán que trabaja, como no, en Nueva York, forma parte del elenco de científicos, la mayoría desconocidos, que dedican su vida a intentar quitar a esa enfermedad el apellido mortal.

Mientras, en estos días, sigue su evolución la gripe, apellidada eufemísticamente, A.  Ésta, que ya no es noticia en los telediarios porque no está resultando mortal en los países desarrollados, sólo en los pobres, y esos no cuentan.  Mientras la enfermedad se extendía, la única preocupación del Gobierno mejicano, país donde arrancó la epidemia, era que no se la llamara gripe mejicana (para que no le jorobaran el tirón del turismo); de los productores de cerdo, que no se le llamara porcina para que la gente no dejara de comer cerdo y Estados Unidos, donde se desarrolló la enfermedad con mayor fuerza inicialmente, que no se le llamara americana, para no asociarla con ellos.  En fin, Poderoso caballero es Don Dinero, así que hemos dejado la A, que parece no molestar a nadie.  Pero el maldito bicho se sigue reproduciendo.

La semana pasada, se publicaba que la empresa farmacéutica suiza Novartis había conseguido elaborar una vacuna efectiva contra la gripe A (por cierto, Dª Trini Jiménez: ¿no servían las vacunas para la gripe convencional que ya teníamos?).  Pues bien, entonces sale la OMS, pidiendo a Novartis que reparta gratuitamente las nuevas vacunas en los países pobres y, claro, la empresa dijo que «por aquí».

Cuando leí El Espía que Surgíó del Frío, de John Le Carré, hace años, recuerdo la terrible atracción que me causó la historia, la sencillez y precisión de la narracción, la personalidad afilada y rotunda de Leamas y el desconcertante final (la novela, claro está, tuvo su adaptación al cine, no muy conseguida, protagonizada por Richard Burton).  Más adelante traté de leer La Casa Rusia y confienso que es uno de los pocos libros que he dejado a medias porque me pareció todo lo contrario: se perdía en interminables descripciones y no pasaba nada, una vez transcurrido casi la mitad de la historia (mejor veamos la película, con Sean Connery y Michelle Pfeiffer). Después vino El Sastre de Panamá, que directamente vi en gran pantalla: una historia bastante más llevadera aunque no exenta de profundidad, con multitud de engaños y giros, dirigida en clave de comedia por el magnífico John Boorman y sacando lo mejor del trio protagonista (el histrionismo de Geoffrey Rush, la seducción y capacidad burlesca de Pierce Brosnan, haciendo del alter ego de su OO7 y la morbosa inocencia de Jamie Lee Curtis).

En El Jardinero Fiel (The Constant Gardener, 2005), el director brasileño Fernando Meirelles (Ciudad de Dios, A Ciegas) continúa en su línea de cine de denuncia y dirige la adaptación de la novela de este maestro de la intriga y el espionaje:  Un diplomático de segunda fila destinado en Kenya, Justin Quayle,  reconstruye la violenta muerte de su mujer Tessa, una atractiva y comprometida activista de los derechos humanos.
Ralph Fiennes, un actor que me parece que hace bien todo lo que toca (a ver cuando le dan ya el Oscar), desde su criminal nazi de La Lista de Schindler hasta el romántico aventurero de El Paciente Inglés, pasando por el acomplejado profesor concursante de Quiz Show o el asesino en serie de El Dragón Rojo); clava su personaje mientras que Rachel Weisz, quien obtuvo el Oscar por su papel protagonista, pasando la mitad de la película embarazada, con una interpretación llena de tanta dulzura como determinación, le da un magnífico contrapunto y se convierte, aun sin aparecer en pantalla, en el núcleo de esta tela de araña donde se mueve Justin entre otros personajes que la odian porque, a su pesar, la respetan o la envidian.
La película es la historia de una metamorfosis, la de Justin Quayle, el apocado e inofensivo amante de las plantas, quien vive en su invernadero aislado del mundo exterior de hambre y miseria que le rodea; hasta coger la bandera del compromiso que deja su mujer, a quien ama profundamente y respeta en sus convicciones al morir. avanzando en una peligrosa investigación para esclarecer la terrible muerte, con un final lleno de poesía de la crudeza.  También es la historia de los intereses de los gobiernos del primer mundo y las multinacionales en África, de la hipocresía y la corrupción, del cáncer más extendido en el mundo, la avaricia, y su metástasis, el hambre y sus miserias.

Como ejercicio de cine lo tiene todo: un magnífico guión, buenas interpretaciones, la fotografía de colores secos como raídos por el sol africano, momentos de tensión y dramáticos (sin incurrir en la sensiblería), la música maravillosa de nuestro español Alberto Iglesias (doblemente nominado a los Oscars y músico de cabecera de Almodóvar o Médem) y un montaje perfecto en clave de flashbacks. Aun a riesgo de desvelar algo de la trama, me quedo con el final, donde se alternan tomas de niños riendo y saltando entre basuras a cámara lenta con vistas del atardecer en el lago Turkana. Riqueza humana y natural, tan infravaloradas.

NOVARTIS está en su papel, no va a repartir gratis su vacuna, no es una ONG.  La OMS, ridícula, tanto como FAO, UNICEF, UNESCO, ECOSOC, Tribunal Internacional y, definitiva, la ONU (por lo hablar de su Consejo de Seguridad); organismos donde, junto a mucha gente que hace su trabajo y lucha por la solidaridad entre los pueblos, se encuentran sus dirigentes, grandes falsarios y demagogos, títeres y bufones de intereses económicos.  Compren ustedes esas patentes y repártanlas con … sus medios, que ya pagamos nosotros la cuenta.

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EL JUEGO DE HOLLYWOOD

Por , 16 junio 2009 2:23

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El Juego de Hollywood (The Player, en su título original) es una película que dirigió en 1.992 el no hace mucho desaparecido Robert Altman (M.A.S.H., Vidas Cruzadas, Gosford Park), en la que desarrolla una historia de cine dentro del cine: Tim Robbins (Cadena Perpetua, Mystic River, La Vida Secreta de las Palabras) llena la pantalla y monopoliza la cinta con su certera interpretación (recomiendo poner, un rato al menos, la versión original) dando vida a un cínico productor (memorable la escena en la que confiesa a su novia y compañera de oficina que ama a otra) al que se le ha apagado la estrella y que se ve envuelto en una serie de chantajes que desembocan en un homicidio accidental pero, lejos de achantarse, comienza a manipular su entorno para sacar tajada de cuanto le sucede y volver a la cumbre, cueste lo que cueste.  Numerosos cameos de estrellas de cine (la mayoría haciendo de sí mismos) y numerosas referencias y homenajes a los clásicos (el plano secuencia y el diálogo de la escena iniciales todo un tributo a Orson Welles) enriquecen esta mordaz crítica del showbusiness y el sistema de estudios y marketing de Hollywood.

Por aquella época yo estaba paseando mi carpeta tamaño A-2 por Reina Mercedes y comentaba, incluso hasta algunos años después, con un compañero más cinéfilo que yo, en plan de guasa y, a veces, casi en serio, que cuando acabáramos la carrera nos íbamos a meter en el “Juego de Hollywood”, ese en el que mucha gente, alguna del gremio, se mete pa forrarse a costa de lo que sea y por encima de quien sea, matando las buenas ideas y a aquéllos que las tienen, para robárselas o, simplemente, porque no se les había ocurrido a ellos antes.

 

Ayer el equipo de Los Angeles Lakers, después de siete años sin lograrlo, han conseguido su 15º Anillo de Campeones de la NBA (el hasta hace una década mal llamado rimbombantemente “campeonato del mundo”, por los americanos).  El equipo dirigido por el laureado Phil Jackson y capitaneado por Kobe Bryant y nuestro Pau Gasol, ha culminado así una brillante temporada.

Yo, que desde siempre preferí el baloncesto al fútbol (quizá por la rapidez del juego, la emoción de los minutos finales, la polivalencia y calidad atlética de los jugadores, el calado de los distintos planteamientos tácticos o la deportividad general dentro y fuera de la cancha; o tal vez, porque siempre fui bastante patoso y en el basket me defendía jugando ante mi incapacidad en la práctica futbolística); me aficioné pronto al juego que venía desde el otro lado del charco, bastante diferente entonces al que se practicaba en Europa y caí rendido ante el espectacular ´Show Time´ de los Lakers de los años 80.

El entrenador más elegante, Pat Riley, con su pelo perfectamente engominado y sus trajes italianos pero con su eterno chicle, dirigía desde la banda a un grupo de auténticos malabaristas del juego que desplegaban un abanico de registros aparentemente inagotable que los llevó a dominar casi toda la década en la que se hicieron con cinco títulos en ocho finales, enfrentándose en series míticas, sucesivamente, en especial a los Celtics de Boston de Larry Bird (un equipo que representaba todo lo contrario a los californianos: serios, serios, serios; un quinteto curiosamente con mayoría de jugadores blancos que practicaba un juego más bien lento, muy efectivo, con muy altos porcentajes de tiro y gran cohesión defensiva); luego vinieron los Detroit Pistons, los Bad Boys, con un juego bastante físico y algo tosco a veces, pero muy explosivo, que se colaron en el palmarés antes de la irrupción imparable de los Chicago Bulls del inigualable Michael Jordan, quienes dominaron ya la competición hasta que éste se hartó de ganar Anillos y se retiró para jugar al golf y al béisbol.

Pues bien, ¿quién no recuerda el Skyhook de Abdul Jabbar, los triples de Byron Scott, los rebotes del silencioso A.C. Green, las majestuosas canastas a la media vuelta desde el poste alto después de dos fintas al defensor del elegantísmo James Worthy…? Todo ello impensable sin la dirección del mejor creador de juego de todos los tiempos: MAGIC JOHNSON.  Un base de más de dos metros de altura capaz correr todo el campo, de ganar una final metiendo 40 puntos jugando de pívot por la lesión de Kareem, de dar pases increíbles mirando al tendido y de echarse el equipo a la espalda cada vez que la cosa se ponía fea.  Esos partidos con unos marcadores elevadísimos, con incesante sucesión de canastas y, por el contrario, también esa brillante defensa individual con falsas ayudas y traps en la esquinas, tan desconcertante para sus rivales (recordemos que en la NBA estaban prohibidas las defensas en zona).

Entretanto en la grada del Forum (ahora en el Staples Center) era frecuente ver a numerosas figuras del cine, como Michael Douglas, Denzel Washington, Danny de Vito, Dustin Hoffman, Demi Moore y otros tantos, con el fanático Jack Nicholson en primera fila; por lo que a los Lakers también se les llamó el equipo de las estrellas o de Hollywood.

Después vinieron los tres Anillos consecutivos de 2.000 a 2.002 con Shaquille O´Neil y Kobe Bryant, pero para mi ya no fue lo mismo.  Uno ya era más mayor y menos entusiasta.  Además también estaban las insufribles retransmisiones de los partidos del insufrible y ridículo histrión Andrés Montes (que me obligó a limitarme a ver la última serie de las finales de 2.002, y digo “ver”, literalmente, porque tuve que quitarle el sonido a la tele ante tanto comentario impertinente y onomatopeyas y chascarrillos y motes varios). Nada que ver con mi añorado Ramón Trecet.

Ahora tengo el aliciente extra de que nuestro Pau Gasol ha llegado a lo más alto de este deporte, formando parte también de este triunfo y yo, que de siempre he sido de los de oro y púrpura, tengo así doble orgullo.

Como mi amigo, ese es el único Juego de Hollywood al que he apuntado.

 

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EL SILENCIO DE LOS CORDEROS

Por , 3 junio 2009 13:01

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La pasada semana, la recientemente reelegida Junta de Gobierno del Colegio de Arquitectos de Huelva, presentó y vio aprobadas sus cuentas del año pasado (por doce votos a favor, dos en contra y un puñado de abstenciones, si mal no recuerdo).
En estas cuentas, sagazmente silenciadas antes de las elecciones, entre otras perlas se reflejaba un déficit de 455.000 euros (de un presupuesto inicial de casi 2 millones), con una desviación de gasto importante en capítulos como gastos de órganos de gobierno, contenciosos, actividades culturales, teléfono y donativos, hábilmente compensados con reducción en material de oficina y primas de seguros (en total un defendible 5%).  No obstante, se reconoce la incapacidad de generar ingresos fuera de las aportaciones de los colegiados y llama la atención cómo, en diferentes partidas, la Junta de Gobierno nos cuesta casi 200.000 euros mientras que, por ejemplo, sólo se han empleado menos de 1.000 euros en ayudas a nuevos colegiados (tan traídos y llevados en la campaña electoral y que, una vez más, han inclinado la balanza a favor de la Junta que se volvía a presentar a la misma).
El acto, con todo, salvo la intervención airada de algún acólito del régimen, se desarrolló con ambiente cordial y de crítica sana y constructiva por parte de los asistentes y buen talante de la Junta.
En el presupuesto de 2.009, ya aprobado en diciembre pasado, con parecida concurrencia, se prevé una reducción del gasto de la Junta (ya que «se espera que se reduzca el número de actos y reuniones para este año», en palabras del Tesorero) y se aumenta el gasto para nuevos colegiados a 1.800 euros.  ¡Todo un cambio!.

Mientras participaba en esta escena, el Barça ganaba la Champions y Huelva estaba en Bodegones, yo me acordaba de El Silencio de los Corderos:

En 1991, cinco Oscars en las categorías principales (película, dirección, actriz y actor principales y guión adaptado), refrendaron para la historia del cine el éxito de crítica y público de uno de los mejores thrillers jamás rodados.  La trama, basada en la novela inicialmente titulada El Silencio de los Inocentes (bestseller de Thomas Harris), descrita magistralmente por el director jonathan Demme (hasta entonces director de comedias como Algo Salvaje o Casada con Todos), relata la investigación para atrapar al serial killer Buffalo Bill, con un grado de tensión que va creciendo poco a poco hasta el extremo y una atmósfera asfixiante, destacando sobre todos, el duelo interpretativo del genial Anthony Hopkins en el papel del siquiatra canival Hannibal Lecter (papel rechazado por sangriento y oscuro por otros actores, como Jack Nicholson, Gene Hackman o Robert de Niro) y la novata aspirante a agente del FBI Clarice Starling (papel pensado para Michelle Pfeiffer, con quien Demme había rodado su anterior film, Casada con Todos). Un diseño de producción, de Kristi Zea, calculado al milímetro y con momentos geniales (la famosa máscara de Lecter, su celda, la escena de la crucifixión en la jaula), la dramática fotografía de Tak Fujimoto (esos increibles primeros planos) y la turbadora música de Howard Shore (dos Oscars por el score de la trilogía de El Señor de  los Anillo, El Aviador, Promesas del Este…), completan un conjunto de factura intachable.

En la escena que culmina la apasionante relación entre Hannibal  y Clarice, antes de Lecter que comience su plan de fuga matando mientras escucha las Variaciones Goldberg de Bach, el sicópata interroga con una penetrante mirada y voz seductora a la joven, quien ya incapaz de resistir la tortura sicológica a que la somete, confiesa el contenido de sus pesadillas a cambio de información crucial para el caso (quid pro quo):  Ella sigue, a menudo, recordando atormentada, como de pequeña, viviendo en la granja con sus tíos (era huérfana), comtempló un amanecer el sacrificio de los corderos lechales, esa escena escalofriante la sigue atormentando. Los chillidos de los corderos la despiertan en la noche. Ella intentó liberarlos, les abrió la puerta del redil, pero no salían, no escapaban, preferían seguir juntos esperando pasivamente.

Los arquitectos de Huelva, cuando nos juntamos unos pocos, todo lo más empezamos a chillar, aunque la mayor parte del tiempo guardamos el silencio de los corderos y, aunque la puerta esté abierta, ninguno de nosotros sale del redil, permanecemos dentro, anónimos, temerosos.  

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