LA SUERTE
¿Qué es la suerte como concepto? ¿existe o sólo es una forma de designar nuestra incapacidad para, no ya dominar, sino llegar siquiera a comprender las múltiples circunstancias que nos rodean y que escapan a nuestro ámbito de decisión?
En Intacto (2001) Juan Carlos Fresnadillo firma su debut (premiado con un Goya) como realizador de largos (antes saltó a la notoriedad con su corto Esposados que, en 1997, llegó a ser finalista para los Oscars, aunque el resto de su carrera ha sido escasa y muy por debajo de las anteriores). La historia que escribe junto a Andrés Koppel, relata en clave de fábula radical, las relaciones entre cinco personajes que se mueven en un mundo tan oscuro como fascinante: gente que tiene la capacidad de quitarle la suerte a otros, de acabar con su buena racha, de quitarles la oportunidad de ser felices con sólo tocarlos.
Federico (Eusebio Poncela) trabaja en un casino situado de forma onírica y recurrente en mitad del desierto, arrancando la suerte de las manos de todo el que se acerca a jugar al mismo y mantiene buena racha. Se aproxima tan elegante como avieso a su víctima, la roza y acaba con su fortuna para siempre. Está harto, se siente ninguneado por su jefe, Sam “el judío” (el actorazo Max Von Sydow que aquí está brutal) y está asqueado de su trabajo y de su vida. Decide marcharse y su jefe, no dejándolo ir con su suerte a cuestas, se la arrebata en un abrazo así humillante y vampírico. Federico es expulsado del lugar tras una paliza. Años después cree tener la oportunidad de vengarse de la mano del joven Tomás (Leonardo Sbaraglia), único superviviente de un accidente aéreo, al que va conduciendo en un viaje iniciático hasta lo más profundo de esta secta macabra y extrema, de encuentro en encuentro, de juego en juego. El destino final es enfrentarse con Sam, el hombre con más suerte del mundo, que sobrevivió al holocausto en un campo de concentración y que acumula la fortuna de cientos de infelices a los que ha vencido a la ruleta rusa. A eso aspira también Alejandro (Antonio Dechent), un extorero que nunca sufrió una cogida y que es utilizado por Sara (Mónica López), una policía que está tan obsesionada por desmontar la trama como por saber qué le hizo salir indemne de un accidente de tráfico en el que perdió a su marido y su hija.
La suerte no se crea ni se destruye, sólo cambia de manos.
Esta especie de paralelo primer principio de termodinámica es el que da origen a este guion que es lo mejor y lo peor de esta película. Una historia brutal, siniestra y desconcertante, con pinceladas de melancolía y, a ratos, turbadora; maravillosamente planteada y brillantemente resuelta. Hay detalles de cine clásico y la ambientación es perfecta. Hay escenas, como la carrera en el bosque, que son espectaculares y otras, como el “ya no te quiero” de Sara, íntimas y emocionantes.
Sin embargo, probablemente por limitaciones presupuestarias, la historia plantea algunos puntos poco claros y alguna elipsis excesiva. No se explica qué mecanismo usan los miembros de este clan para conocer las pruebas a las que se someten, las convocatorias ni quien las organiza. También se echa en falta algo más de desarrollo del origen de los personajes, en especial de Tomás (porqué llega a meterse en un avión con un fardo de droga pegado al cuerpo y la relación previa con su novia). Hay cosas que quedan demasiado en el aire. El metraje se queda corto (sólo 108 minutos) y sabe a poco. Entiendo que la elección del director es complicada y opta por mantener su estilo y un esquema narrativo por encima de la redondez de la trama. Prefiere grabar minutos de calidad y escenas precisas, aunque su trabazón sea mejorable. Corte perfecto y paño de primera con hilo endeble, al traje se le van algunas costuras.
El casting resulta esencial. Von Sydow y Poncela ponen sus tablas al servicio de sus magníficos personajes, llenando cada fotograma en el que aparecen. Dechent demuestra ser un valor seguro en determinados personajes desarraigados y displicentes, mientras que Mónica López desarrolla su rol con una fuerza y sensibilidad que parecen identificarla totalmente con su papel. Sbaraglia obtiene un papel a la medida de sus sobrevaloradas posibilidades (consiguió el Goya en esa categoría que nunca entenderé de mejor actor “revelación”) y cuyo registro, aquí adecuado, después ha ido calcando en demasiadas ocasiones.
La fotografía, las localizaciones y la música son el fondo perfecto para unas tomas de cámara siempre bien ubicada.
Recuerdo el impacto de esta película cuando se estrenó. Por aquel entonces, hubo un tiempo en que, entre los amigos, los abrazos eran menos afectuosos, los apretones de manos más desconfiados… Tal vez estábamos donando al otro nuestra suerte.
Más allá de la historia, de esta fábula con moraleja, está el trasfondo de real de las relaciones que creamos en la vida, a quién nos acercamos, de quién nos alejamos, a quién tocamos y dejamos tocado, quien nos toca y nos transmite o arrebata la suerte. La ley indescifrable que rige nuestros destinos y conduce, extraviados, nuestros pasos, y nos hace jugarnos la vida. La nuestra y las de otros, en una carrera a tientas, en busca de un futuro tan anhelado como inescrutable, tan ficticio como excitante, al que miramos tan cegados como vulnerables.
A veces, somos Federico y abandonamos una vida que nos ha llenado y en la que hemos ido viviendo, sintiéndonos especiales. A veces nos arrebatan la suerte que hemos acumulado con un abrazo, tenemos que empezar de cero y aquello que hemos creído, respetado y amado profundamente nos desgarra hasta vaciarnos. Otras veces somos Sara y nos obsesionamos porque no entendemos qué hemos hecho para escapar al destino fatal y azaroso que alcanza a otras personas. Es tan fina la línea que separa la felicidad del desastre que todo se hace efímero.
La suerte se busca, a menudo desesperadamente. Se fuerzan las situaciones y vamos en busca del judío llevando con nosotros todas nuestras cartas, los valores, las vidas de los otros, esas fotos que, a su vez, hemos ido recopilando. Damos y quitamos, pero no siempre estamos preparados para enfrentarnos.
Muchas veces me pregunto cuántas vidas hay dentro de una vida, cuántas veces se puede empezar de nuevo, cuánto cuesta reconstruir un espíritu con lo poco que basta para arrebatarlo. Si hay un límite, si hay un golpe del que ya no se puede seguir caminando. No sé por qué, algo dentro de mí sigue intacto y sigo. Sigo apostando.
MAÑANA MÁS
..relaciones que creamos en la vida, a quién nos acercamos, de quién nos alejamos, a quién tocamos y dejamos tocado, quien nos toca y nos transmite o arrebata la suerte…Muchas veces me pregunto cuántas vidas hay dentro de una vida…cuánto cuesta reconstruir un espíritu con lo poco que basta para arrebatarlo…es nuestra VIDA
…hay un límite, si hay un golpe del que ya no se puede seguir caminando…es la MUERTE
…No sé por qué, algo dentro de mí sigue intacto y sigo…nuestro YO
menuda reflexión!!, me han saltado hasta las lágrimas…seguían siendo saladas
Tomo prestadas cada una de las letras de tus cuatro últimos párrafos
A Federico:
Sí, a menudo tratamos de buscar palabras que definan conceptos, conceptos que definan situaciones… cuando esto sólo es ser, vivir, morir, no ser.
Gracias por tu comentario.
A Sara:
Lamento (aun halagado) que hayas comprobado que tus lágrimas siguen ahí por esto. Las letras no las presto, ya son tuyas.
Gracias por tu comentario
La vida es eso, seguir caminando. La suerte, no sabemos cómo es, qué forma tiene, cómo buscarla, cómo encontrarla, pero cuando está, la sentimos o al menos, nos sentimos con suerte. Todo dependerá de qué buscamos, dónde queremos llegar, si estamos a gusto con nuestra vida y sin tenemos salud para vivirla. Sí tenemos la oportunidad de vivirla, mejor suerte que justicia.
Me quejo, es cierto, soy así, lo sé, sin embargo, cada vez me cuesta más, ver como la suerte va y viene ante mis ojos, y cómo cuando la tengo entre mis dedos alguien me la quita vilmente, una y otra vez sin que esto me haga estar más preparada para la próxima…a veces, pienso: será una prueba. Entonces, miro a mi alrededor y veo como la suerte corre de mano en mano, no entendiendo de valores, ni de esfuerzos, no existiendo unos parámetros que la hagan predecible o previsible. ¿cual serán las manos futuras en las cuales recaerá?…y, sí!…existe algo que ya no está intacto en mi, mi postura…las mías -mis manos- no serán las próximas, porque sólo soy un mero espectador de la vida y de como su factor suerte se pasea por ella.
Chapeau! Me ha encantado, Juan. Esta peli la he visto varias veces porque me resulta bien curiosa pero ahora, más curiosa me parece tu reflexión. Sí señor.
Saludos desde el otro lado del mundo donde, en mi caso, por suerte y decisión, sigo apostando.
A Patricia:
Sí, mejor suerte que justicia. No hay justicia que buscar en la Tierra.
Gracias por tu comentario
A Sam:
Es cierto que, muy a menudo, no entendemos qué criterios tiene la suerte para pasar de unas manos a otras y cómo, casi siempre violentamente, ese preciado jugo es extraido de su contenedor para engordar otro ya hinchado. Forma parte de este proceso inconexo y, a ratos, absurdo, que nos empuja, aun sin querer, a seguir navegando.
Gracias por tu comentario
A Manuel Prieto:
Sí, seguimos, por retales de suerte, luchando.
He visto lo de la Cueva de Chaves, espero que el asunto siga adelante y haya un buen castigo, aunque el daño ya esté hecho (me reitero en que no hay justicia, sólo compensación). Desde el otro lado del mundo, un abrazo.
Gracias por tu comentario