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EL JUEGO DE HOLLYWOOD

Por , 16 junio 2009 2:23

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El Juego de Hollywood (The Player, en su título original) es una película que dirigió en 1.992 el no hace mucho desaparecido Robert Altman (M.A.S.H., Vidas Cruzadas, Gosford Park), en la que desarrolla una historia de cine dentro del cine: Tim Robbins (Cadena Perpetua, Mystic River, La Vida Secreta de las Palabras) llena la pantalla y monopoliza la cinta con su certera interpretación (recomiendo poner, un rato al menos, la versión original) dando vida a un cínico productor (memorable la escena en la que confiesa a su novia y compañera de oficina que ama a otra) al que se le ha apagado la estrella y que se ve envuelto en una serie de chantajes que desembocan en un homicidio accidental pero, lejos de achantarse, comienza a manipular su entorno para sacar tajada de cuanto le sucede y volver a la cumbre, cueste lo que cueste.  Numerosos cameos de estrellas de cine (la mayoría haciendo de sí mismos) y numerosas referencias y homenajes a los clásicos (el plano secuencia y el diálogo de la escena iniciales todo un tributo a Orson Welles) enriquecen esta mordaz crítica del showbusiness y el sistema de estudios y marketing de Hollywood.

Por aquella época yo estaba paseando mi carpeta tamaño A-2 por Reina Mercedes y comentaba, incluso hasta algunos años después, con un compañero más cinéfilo que yo, en plan de guasa y, a veces, casi en serio, que cuando acabáramos la carrera nos íbamos a meter en el “Juego de Hollywood”, ese en el que mucha gente, alguna del gremio, se mete pa forrarse a costa de lo que sea y por encima de quien sea, matando las buenas ideas y a aquéllos que las tienen, para robárselas o, simplemente, porque no se les había ocurrido a ellos antes.

 

Ayer el equipo de Los Angeles Lakers, después de siete años sin lograrlo, han conseguido su 15º Anillo de Campeones de la NBA (el hasta hace una década mal llamado rimbombantemente “campeonato del mundo”, por los americanos).  El equipo dirigido por el laureado Phil Jackson y capitaneado por Kobe Bryant y nuestro Pau Gasol, ha culminado así una brillante temporada.

Yo, que desde siempre preferí el baloncesto al fútbol (quizá por la rapidez del juego, la emoción de los minutos finales, la polivalencia y calidad atlética de los jugadores, el calado de los distintos planteamientos tácticos o la deportividad general dentro y fuera de la cancha; o tal vez, porque siempre fui bastante patoso y en el basket me defendía jugando ante mi incapacidad en la práctica futbolística); me aficioné pronto al juego que venía desde el otro lado del charco, bastante diferente entonces al que se practicaba en Europa y caí rendido ante el espectacular ´Show Time´ de los Lakers de los años 80.

El entrenador más elegante, Pat Riley, con su pelo perfectamente engominado y sus trajes italianos pero con su eterno chicle, dirigía desde la banda a un grupo de auténticos malabaristas del juego que desplegaban un abanico de registros aparentemente inagotable que los llevó a dominar casi toda la década en la que se hicieron con cinco títulos en ocho finales, enfrentándose en series míticas, sucesivamente, en especial a los Celtics de Boston de Larry Bird (un equipo que representaba todo lo contrario a los californianos: serios, serios, serios; un quinteto curiosamente con mayoría de jugadores blancos que practicaba un juego más bien lento, muy efectivo, con muy altos porcentajes de tiro y gran cohesión defensiva); luego vinieron los Detroit Pistons, los Bad Boys, con un juego bastante físico y algo tosco a veces, pero muy explosivo, que se colaron en el palmarés antes de la irrupción imparable de los Chicago Bulls del inigualable Michael Jordan, quienes dominaron ya la competición hasta que éste se hartó de ganar Anillos y se retiró para jugar al golf y al béisbol.

Pues bien, ¿quién no recuerda el Skyhook de Abdul Jabbar, los triples de Byron Scott, los rebotes del silencioso A.C. Green, las majestuosas canastas a la media vuelta desde el poste alto después de dos fintas al defensor del elegantísmo James Worthy…? Todo ello impensable sin la dirección del mejor creador de juego de todos los tiempos: MAGIC JOHNSON.  Un base de más de dos metros de altura capaz correr todo el campo, de ganar una final metiendo 40 puntos jugando de pívot por la lesión de Kareem, de dar pases increíbles mirando al tendido y de echarse el equipo a la espalda cada vez que la cosa se ponía fea.  Esos partidos con unos marcadores elevadísimos, con incesante sucesión de canastas y, por el contrario, también esa brillante defensa individual con falsas ayudas y traps en la esquinas, tan desconcertante para sus rivales (recordemos que en la NBA estaban prohibidas las defensas en zona).

Entretanto en la grada del Forum (ahora en el Staples Center) era frecuente ver a numerosas figuras del cine, como Michael Douglas, Denzel Washington, Danny de Vito, Dustin Hoffman, Demi Moore y otros tantos, con el fanático Jack Nicholson en primera fila; por lo que a los Lakers también se les llamó el equipo de las estrellas o de Hollywood.

Después vinieron los tres Anillos consecutivos de 2.000 a 2.002 con Shaquille O´Neil y Kobe Bryant, pero para mi ya no fue lo mismo.  Uno ya era más mayor y menos entusiasta.  Además también estaban las insufribles retransmisiones de los partidos del insufrible y ridículo histrión Andrés Montes (que me obligó a limitarme a ver la última serie de las finales de 2.002, y digo “ver”, literalmente, porque tuve que quitarle el sonido a la tele ante tanto comentario impertinente y onomatopeyas y chascarrillos y motes varios). Nada que ver con mi añorado Ramón Trecet.

Ahora tengo el aliciente extra de que nuestro Pau Gasol ha llegado a lo más alto de este deporte, formando parte también de este triunfo y yo, que de siempre he sido de los de oro y púrpura, tengo así doble orgullo.

Como mi amigo, ese es el único Juego de Hollywood al que he apuntado.

 

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